La historia del águila que quería soltar lastre

Había una joven águila que volaba entre las cumbres de un alto cordón montañoso disfrutando cada día la belleza que el Creador le concedía. Volaba libre y solitaria pensando en su existencia e intentando honrar la vida amando a sus semejantes. Al mediodía, se posaba en los picos más altos para divisar los animales que se convertirían en sus futuras presas, y se lanzaba en picada para atraparlos en pleno vuelo.
Sin embargo, ella no era feliz, sentía que Dios la había creado para superarse y le costaba aceptar el destino como se presentaba. Percibía el peso de la vida en sus alas de dos metros de envergadura y en el esfuerzo que le requería desplegarlas para volar como lo hacían las otras águilas.
Sentía que la gran cantidad de plumas que portaba pesaban demasiado, y teorizaba que eran una verdadera carga, eran el lastre de su vida. No obstante, las otras águilas le enseñaban que cada pluma era el producto de cada obstáculo conquistado y por conquistar; y ella las confrontaba mostrándoles que algunas de sus plumas eran una carga inútil que solo le daban insatisfacción e infelicidad.
Mirando otras aves que volaban con liviandad, como sin problemas, se convenció que tenía que deshacerse de varias plumas, tenía que deshacerse de esa carga negativa que le impedía vivir y disfrutar. Al cabo de unos días de introspección meditando en el propósito de su vida, se convenció definitivamente que tenía que soltar lastre.
En un encuentro con las otras águilas, les comunicó su decisión repitiéndoles una y otra vez,
- No dejemos que el peso de las alas nos impida llegar a las alturas.
Las otras águilas reían, y decían,
- el peso es necesario para la estabilidad del vuelo y, por lo tanto, para la armonía de la vida.
Trataron de mostrarle que la existencia era como se presentaba, y que no se podía hacer nada para cambiarla. Al no lograr convencerla, la citaron para cuando hubiese soltado el lastre y evaluar los resultados.
En el amanecer del día siguiente, posada en su cumbre favorita, el águila comenzó a sacarse algunas plumas de ambas alas, concluyendo que esos plumajes eran las que le retrasan la salida, le quitaban velocidad. Ese día voló, cazó presas y se sintió más liviana, y con menos preocupaciones.
En los días sucesivos, siguió despojándose de otras plumas dejando las que le parecían más estratégicas y placenteras para su vuelo. Especulaba que algunas plumas le molestaban porque no le permitían llegar más rápido a la altura deseada de goce. Creía que esas plumas, se movían más lentamente demandándole mucha paciencia y tedio. Las plumas viejas, casi ni se movían y estorbaban la entrada de aire a la superficie de las alas. Las plumas nuevas, eran muy pequeñas para vuelos tan arriesgados y no había tiempo para entrenarlas. Algunos días, se dio el lujo de soltar las plumas que ofrecían más resistencia porque le dificultaban encontrar sus presas o le oscurecían el horizonte. Cada pluma que arrojaba al vacío representaba cada uno de los obstáculos que había encontrado en su vida y que ya no quería soportar. Al soltar lastre, sentía que estaba dejando atrás las dificultades que le impedían vivir plenamente, y como consecuencia, sentía que estaba amándose, cada día, un poco más.
Desde las cumbres, las otras águilas contemplaban el espectáculo y se aterraban pensando en el triste destino de esta pobre águila. Sin embargo, algunas del grupo experimentaban una sana envidia por la valentía de esta amiga.
Una mañana de otoño, el águila despertó decidida a atrapar algunas presas extras para demostrarles el verdadero significado de soltar lastre a sus compañeras de especie. Al desplegar sus alas, el viento las movió tan bruscamente de un lado al otro que perdió el equilibrio. Aun así, logró salir con cierta dificultad y se dirigió a las alturas con la prestancia de siempre. En su vuelo en ascenso, sintió que sus alas no ofrecían la firmeza necesaria para lograr la subida, faltaba superficie de sustentación para sortear las capas de aire más frío. Sin embargo, llegó a una altitud respetable, y comenzó a buscar corrientes de aire ascendentes que le sirvieran de apoyo para mantenerse en las alturas sin desperdiciar energías. Sus alas ya no tenían la estructura de antes y se movían en forma extraña. El águila pensó que debía aprender nuevas maniobras para dominar la nueva configuración. Ahora había menos plumas, escasez de obstáculos que sortear y más tiempo para innovar. Al cabo de algunos ensayos, se lanzó en picada y cazó unas presas que llevaría a sus amigas para demostrarles que, más que sobrevivir, ella vivía.
Descubrió que, a menos lastre, más velocidad y a más velocidad crecía el peligro de colisionar, pero aumentaba la pureza de su vuelo. Comparó, la simpleza de la vida con la libertad de volar con más tranquilidad y menos tensión por llegar más rápido al objetivo. Volando más liviana, aprendió a disfrutar el vuelo jugando tanto con las brisas como con los impetuosos vientos, aunque ahora la ausencia de ciertas plumas le complicaban la recreación.
Comprendió que, al soltar lastre, se alejó de la capacidad de hacer vuelos rasantes ya que no tenía el peso necesario para mantener las alas estables. Pero se preguntaba para que quería esa estabilidad si lo que lograba era andar arrastrando las plumas por las polvaredas de la decadencia sin sentido; y era algo que drenaba mucha de su energía y optimismo.
Igualmente, repasó sus vuelos a mediana altura, y reconoció que antes sus alas se curvaban mermando las turbulencias de los vuelos errantes de otras aves, pero pensó que ya no deseaba volar tan bajo.
Observó las otras águilas desplegando sus alas repletas de plumas rivalizando por una majestuosidad sin sentido, y reconoció cuanto tiempo había perdido compitiendo por el primer puesto de la nada.
En un momento, sintió que estaba abandonando su propia especie, y aunque las águilas vuelan en solitario, existe la igualdad y la cooperación en momentos de necesidad. Entonces, se reunió con sus amigas para obsequiarles las presas, y al verlas le invadió un sentimiento de angustia y hasta de culpa. Mientras la mayoría de sus colegas la observaban con desdén sintiendo pena, algunas pocas, las más sagaces, la miraban con admiración. El águila las saludó con respeto y se retiró de su presencia para recluirse en una cueva a reflexionar.
Soltar lastre había sido una experiencia liberadora y tenía que encontrar sus frutos. Comenzó a repasar el lastre soltado y vio que desechar las plumas viejas, que solo le perpetuaban el pasado, era una práctica aceptada y habitual de su especie. También, concluyó que había seguido las normas del grupo al deshacerse de las plumas nuevas que nacían deformes y deshonraban el linaje.
Pero hoy, era un águila diferente a las demás, al tener menos lastre podía mantenerse por más tiempo volando en las corrientes ascendentes y así elevarse a alturas extremas. Se sentía plena y feliz, había comenzado a experimentar la mejor versión de sí misma.
Ahora, podía llegar más lejos y observar los vuelos de la vida desde otra perspectiva sin dejar a sus colegas en soledad. Tenía menos preocupaciones que le pesaban y más libertad de vuelo para llegar mejor a sus semejantes.
Ella estaba, pero estaba primero en su interior para honrar a Dios y luego para respetar a la creación. Había soltado las plumas inútiles, había soltado el peso innecesario, había soltado la negatividad. Y se quedó con lo que la vida podía ofrecerle, se quedó con la capacidad de asombro en cada vuelo y con el reconocimiento de los milagros de cada día. Había soltado las plumas de una vida indigna, había soltado lastre.
Fin

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