Los Arces de Vancouver

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Los Arces de Vancouver

Los otoños de Vancouver son muy húmedos y fríos para alguien que ha vivido en la soleada y cálida Santa Mónica en California. Aun así, me decido a caminar al trabajo en los meses de otoño para contemplar la gama de colores ocres, naranjas y amarillos de los árboles de arce que adornan esta ciudad. Mis compañeros del edificio donde vivo ignoran este espectáculo y se levantan más tarde porque toman el autobús, pero yo madrugo y camino ya que me enamoro diariamente con los colores y los olores de la ciudad en esta época del año.

Esta atmósfera húmeda y fría es la que me trajo a Canadá para encontrar inspiración en mis diseños de abrigos. Por lo tanto, mis colecciones de ropa siempre salen en marrones, amarillos y naranjas como para mimetizarme con los tonos de los árboles de arce de las calles y bosques que pintan a este país.

En mi trayecto a la oficina, a veces, tomo algunas calles laterales a la Avenida Hastings para pisar las pilas de hojas que se acumulan en las veredas menos transitadas como para sentir que voy por el campo llenándome de su olor y textura que luego replico en las telas y dibujos.

Pero esta bucólica experiencia cambió sorpresivamente una mañana de noviembre cuando al llegar a la esquina de la calle Thrulow noté algo extraño.  En la calle había muchos camiones y un ruido ensordecedor que no me dejaba escuchar lo que gritaban unos hombres vestidos con uniformes azules. Me acerqué con precaución, pero con mucha curiosidad, cuando noté que estaban derribando los árboles de arce de las veredas. Lo hacían con tanta rapidez que uno a uno caían como las fichas de un dominó en fila, y yo no podía reaccionar ante tanta tragedia. Corrí a ellos y les gritaba que se detuvieran, pero estos hombres parecían no escucharme y seguían derribando los arboles como muñecos en un juego de feria.

De pronto un policía de la ciudad se me acercó y con formalidad me dijo:

  • Señorita, usted debe retirarse de aquí por su seguridad.
  • ¡No!  – le grité – ¡No pueden derribar estos árboles, son la esencia de esta ciudad!
  • Señorita – me interrumpió con la misma solemnidad – Retírese por su seguridad.

Y acercándose a mí como en complicidad, me habló al oído:

  • Ellos son nuestros enemigos, nos contaminan el ambiente, producen alergias peligrosas para la salud, y cuando crecen desparraman sus semillas en forma indiscriminada.

Lo miré con espanto mientras veía como seguían devastando la avenida entera, no me salían las palabras, pero pude preguntarle si los colores del otoño no eran razón suficiente para dejarlos en pie.

  • Esos no son nuestros colores, no nos representan. –Me respondió y prosiguió – ¡Son unos impostores!, ¿No entiende señorita?
  • No, no entiendo nada – pensé.

Y se retiró de mi presencia dejándome sin palabras y contemplando la dantesca escena. Comencé a llorar con desesperación mientras observaba como la gente que pasaba parecía ignorar la tragedia. Me preguntaba si estarían de acuerdo con lo que estaba sucediendo o no los afectaba la futura ausencia de sus árboles tradicionales. Se supone que la hoja del arce que está estampada en la bandera de Canadá que los representa.

  • ¿Y la hojita colorada de la bandera? Les grité a unas mujeres que estaban en la esquina de la calle Howie. Y ellas me mostraron unas banderitas vacías blancas y rojas que repartían a los que andaban por allí como en un día festivo.
  • ¿habrán cambiado la bandera? – me pregunté.

Entonces divisé un único árbol que quedaba en pie en la esquina opuesta y corrí hasta él. Lo abracé con todas mis fuerzas para protegerlo y, si fuera necesario, para morir juntos.  Y le prometí que si quedábamos vivos le ayudaría a propagar sus semillas por todo el país para que no quedara ciudad, pueblo o campo sin disfrutar de sus preciosos colores. Él me contestaba cobijándome con sus ramas más bajas y sus hojas amarillentas y ocres caían sobre mis hombros como una mezcla de lágrimas de amargura y emoción.

Y en el medio de esa vivencia tan profunda, divisé una máquina arrasadora acercarse hacia nosotros, entonces lo abracé con más fuerza, apoyé mis labios en su corteza casi besándolo y cerré los ojos…

Sentí como si el mundo se hubiese detenido allí.

  • Señorita, ¿como se siente? – escuché en una voz de mujer.
  • ¿Qué pasa? ¡Los arces! – le grité.

Al abrir los ojos me encontré en una cama; y una mujer que parecía una enfermera vestida de soldado se acercó y me dijo:

  • Tranquila, los derribaron a todos.

El espanto me invadió y no podía decir nada, me dolía todo el cuerpo, y ella prosiguió:

  • A usted la encontraron en una esquina abrazada a un tronco ¡entrelazada entre las ramas!, ¡¿cómo se le ocurre hacer eso?!
  • Pero es que yo quería…es que ¿es cierto que mataron a todos los arces?

Y la enfermera disfrazada de soldado me replicó con suficiencia:

  • ¿No se da cuenta que pudo haber contraído la peste de los arces? Ahora estará en cuarentena aquí conmigo para asegurarnos que usted no desparramará el virus.

Desconcertada y entendiendo cada vez menos, le pedí más explicaciones:

  • Pero… ¿cuándo es que se infectaron? ¿De dónde viene ese virus?

La mujer me miró con asombro como armándose de paciencia, suspiró, y me dijo:

  • Las contaminaciones de los humanos los enfermaron…

La interrumpí antes que pudiera decir otra barbaridad,

  • ¿y nosotros no somos humanos?

Me miró como si yo no entendiera un concepto tan simple y prosiguió:

  • Hay que exterminar todos los arces hasta que no quede ninguno.

Me quedé callada un largo rato pensando en esta locura y le dije lo único que pude sugerir:

  • Y ¿no habrá que exterminar a los humanos hasta que no quede ninguno?

Pero me di cuenta que era un diálogo sin sentido.

Inmediatamente la mujer me puso una máscara para que me callara, pero yo no podía aceptar la desgracia.  Transcurrieron los días como en una cárcel sin colores, encerrada en paredes grises del hospital, hasta que pasó el invierno con mis sueños hechos pedazos, pero mi promesa viva.

En una mañana fría de primavera me dejaron ir, y me encontré con una ciudad gris color cemento que no era la metrópoli de Vancouver que yo conocí. Caminé muchas calles y avenidas llenas de gente, pero desiertas de naturaleza. Recorrí sus plazas plagadas de juegos hechos de plásticos que se asemejaban a árboles y frutas pero que no tenían color, ni calor, ni olor.  Luego llegué a un campo que intentaba reverdecer que lloraba su derrota. Tomé un atajo de barro congelado y entre las vertientes de agua del deshielo y las rocas grises amohosadas, una tímida rama quebradiza con hojas amorfas se asomaba iluminada por el tibio sol. Me acerqué y me sonrió con dolor, la acaricié con delicadeza y honor ; y en mis manos quedaron pegadas unas semillas que ella tenía guardadas. Me senté junto a la plantita para inspeccionar las semillas mientras ella me miraba como esperando que las soltara. Entonces recordé mi promesa, y guardando algunas en mi bolsillo para llevarlas a otros campos, dejé volar a unas cuantas que se despedían de nosotras como en un viaje triunfal. La plantita y yo nos quedamos observando cómo se perdían con la brisa en los rayos del sol que se tiñeron de colores ocres, amarillos y anaranjados.  Luego… cerré los ojos y respiré profundamente.

  • Mami, ¡mira los arces!, sus hojas están amarillas, anaranjadas y marrones- exclamó mi hija con asombro mientras saltaba entre los mantos de hojas desparramadas por el campo.
  • Si, hija mía – le respondí con convicción – Verás los arces de colores todos los otoños de tu vida.

Y cada otoño la ciudad se vestía de colores y nosotros disfrutábamos de los arces de Vancouver.

Fin

8 respuestas a “Los Arces de Vancouver”

  1. Avatar de Nelida Agustina Severino
    Nelida Agustina Severino

    Que cuento tan bello. En las ciudades no se aprecia el valor y la belleza de los árboles. No sé los cuida y cuando enferman simplemente los derriban, no importando que son seres vivos y purifican el aire.

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    1. Avatar de susanamartinezabbo

      Gracias Nelida!

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  2. Avatar de Alfredo
    Alfredo

    Encantador

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    1. Avatar de susanamartinezabbo

      Gracias Alfredo!

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  3. Avatar de Alfredo
    Alfredo

    Excelente

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    1. Avatar de susanamartinezabbo

      Gracias Alfredo!

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  4. Avatar de Beatriz Figueroa
    Beatriz Figueroa

    Es una historia hermosaaa…
    Me encanta ver los «robles»,
    cómo lo conocemos en Salta, Argentina
    Es un espectáculo maravilloso del otoño…
    Me transmitió su sentimiento de ver caer
    todos los árboles!
    Felicitaciones!

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    1. Avatar de susanamartinezabbo

      Gracias Beatriz!

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